martes, agosto 08, 2006

Microrrelato

La niebla espesa no dejaba ver la luz del faro. Desde el mar todo era distinto, se perdía la noción del tiempo, incluso se perdían los sentimientos; en las profundidas, debajo del barco de nombre Inmortal habían miles de tesoros, miles de barcos, miles de nombres que ahogados, no volverían a salir a la superficie y respirar aquel oxígeno pútrido que dejaban las grandes chimeneas. Adiós a las majestuosas velas blancas, adiós a los timones de madera y al peligro. Aquello no era lo mismo, navegar en esas condiciones era demasiado sencillo, o al menos, así lo pensaba el capitán del Inmortal que, a base de monólogos, había conseguido ser más insoportable que el propio viaje:
- ¡Muchachos, recorreremos la Tierra de polo a polo!
Dijo el primer día. Todos pensaban que aquello era una utopía más, de esas de las que el capitán gustaba tanto. Pero en ese momento iban bordeando Noruega en dirección al polo norte.
En el Inmortal olía a todo menos a limpio. Los sudores se mezclaban con el semen, y el semen con la comida que, putrefacta, se amontonaba en las bodejas junto al vino y al agua dulce que, dada su escasez, se repartía medio vaso al día y la misma cantidad de zumo de uvas. Era peligrosa la travesía. Soplaba un viento helado que levantaba olas majestuosas, de esas que tragan barcos y hombres, y vidas, y nombres. La tripulación corría por cubierta de babor a estribor y de proa a popa, alumbrando con candiles para no chocar contra las cajas que transportaban de algo que el capitán había preferido no desvelar. Podría ser cocaína, o tabaco...
Desde el timón todo se veía distinto. El capitán tosió y se dejó caer, esa iba a ser su última aventura.

(Improvisación de 20 min. con cigarrillo. Espero que lo disfruten).

No hay comentarios: