lunes, marzo 19, 2007

¿Quién eres? (relato corto)

De un manotazo destrozó su único vínculo con la realidad: el despertador. Cayó al suelo y se escuchó como se despedazaba, pero no se levantó, ni siquiera hizo el intento de despegarse de las sábanas calientes que acomodaban su espalda entre sus pliegues. Una mala noche la tiene cualquiera, se dijo, y se dio la media vuelta, dejando que su costado izquierdo soportase su peso sobre la cama. Y notó entonces una respiración en su cara, una respiración dulce que lo acaloraba, una respiración casi musical que le despertó definitivamente. Una mujer joven estaba frente a él, plácidamente dormida, desnuda y tersa, como una adolescente. Intentó hacer memoria mientras la observaba, sintiéndose como un cazador furtivo que mira a su presa y la persigue con su cañón, pero no consiguió recordar nada. Comenzó a dolerle el cuerpo: definitivamente, estaba despierto. Le invadió un sentimiento de frustración: él quería recordar, pero no podía, como cuando intentas abrir un bote de conservas y el tapón, el maldito tapón, te lo impide, pero en este caso no podía pedirle ayuda a ella, que, seguramente, estaría en su misma situación: con resaca. ¿Cómo se me pudo ocurrir salir ayer?, se dijo, y se dio media vuelta, necesitaba pensar con claridad, pero no quería levantarse de la cama, no quería dejarla sola. Notó una mano en su hombro, y como las sábanas parecían quejarse de que la mujer se separase de ellas; al principio no quiso mirarla, pero recapacitó y volvió su cuerpo hacia ella. Entonces, vio que la distribución de su habitación había cambiado, no, ¿cómo va a cambiar? Es que no estoy en mi casa. Y vio un retrato de Mae West en la pared en una de sus películas, y también, en la pared de en frente una foto de Audrey Hepburn. A la señorita le gusta la época dorada del cine americano. Ella fue a articular una palabra, quizás una frase, pero no pudo y se llevó su mano, aún tibia, a la garganta, no podía hablar, estaba afónica. Joder con las coincidencias, parece que todo se ha puesto en mi contra para que no averigüe qué hago aquí. Miró debajo de las sábanas y vio su sexo, y el de ella, y miró sus pechos, y se quedó un rato mirándolos. Esto se lo cuento a mis amigos. Mientras ella pensaba: Este tío es tonto, ¿qué hace aquí todavía? ¿Quién es?
- Al menos, tendrás nombre.
- Clara.
- Clara...
- No hagas el chiste, por favor.
Y la miró a los ojos, y después miró al suelo para no perderse en la inmensidad de su iris azul, y para buscar su ropa, que parecía haberse perdido en la limpieza y pulcritud de aquella habitación. Miró a Mae West, después a Audrey Hepburn.- Y tú, ¿tienes nombre?- Luis, encantado.
Si ahora me habré liado con el más graciosillo de todo el pub. Y él pensaba: ¡Qué tía más seria! Si lo sé no vengo. Se rió de su propia elocuencia. Clara preguntó de qué se reía, pero él no contestó, aunque, tras unos segundos dijo:
- De la situación.
- Sí, es inverosímil.
- ¿Y a qué te dedicas?
- Pensé que era artista, es decir, pintora, si es que está bien dicho, pero ayer... tuve una decepción.
-¿Sí?
- Sí, pero no hablemos de eso. ¿Estudias o trabajas?
- Ja, ja, ja. Trabajo, soy... pintor.
- ¿Pintor? Te estás quedando conmigo.
- Que no, que es cierto.
- ¿Sí? No me lo puedo creer, vaya coincidencia.
- Bueno, ya tendremos algo que compartir.
- Lo siento, pero no creo que podamos compartir mucho.
- ¿Por qué?
- Mi novio, bueno, entra dentro de poco por esa puerta... ¿Qué hora es?
- No..., no tengo reloj.
- Mira en ese de... pero, ¿qué has hecho con mi reloj?
Y se abrió al puerta del piso, que sonó lejana.

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