Las azoteas
Las azoteas son esas zonas comunes que están sobre el último piso y que no suelen estar tapadas. La gente sube en invierno para tender, a riesgo de que caiga un soberano chaparrón; y los pobres las usamos en verano para tomar el sol a la hora en la que más probabilidades hay de que nos salgan esas pequitas cancerígenas tan odiosas.
Las azoteas, desde las cuatro de la tarde hasta las siete, más o menos, suelen usarse, como ya he dicho, para tomar el sol. Suben en su mayoría señoritas que se embadurnan de crema protectora o de aceite (¿de coco?) para ponerse morenitas antes de ir a la piscina justo cuando la abren. También suelen subir hombrecitos que sueñan con ser metrosexuales (¿sigue esto de moda?) y que están depilados. Ellos también se echan crema y aceite (¿de otra cosa que no sea de coco?), para estar tan o más bronceados que las muchachitas. Las azoteas, en definitiva, son el precalentamiento para el veranito. Pero, en esos instantes, cuando estás tomando el sol a las cinco y pico de la tarde, con las gafas chungas que has pillado de los moros del centro, también puedes conversar y se habla de todo, doy fe. De veranos pasados, de otras conversaciones en veranos anteriores, de otras conversaciones en otras azoteas sobre veranos anteriores... E infinidad de cosas que han ocurrido en la época estival. Se habla, por supuesto, de lo que hemos hecho en el curso y se critica con mala leche (mala follá, para los de Granada) a los profesores que el verano anterior ya tenían la misma fama de cabroncetes, naturalmente se habla de lo mal que te ha ido y de la jugarreta que te ha hecho el profesor que parecía más tonto. Algunos hemos jugado a las cartas y hemos fumado algún cigarrillo antes de que subiera el vecino de turno para decir que allí no se podía armar ruido que era la hora de la siesta.
Las azoteas, además, también sirven para subir por la noche y charlar tranquilamente hasta las tantas, sentado, por supuesto, en la misma hamaca en la que te habías sentado por la tarde. Yo prefiero subir de noche, cuando imaginas que hay brisa y puedes encender la luz para que los mosquitos se arremolinen a tu alrededor y te piquen en las rodillas (lugar donde más molesta que te piquen, sin duda). Por la noche se suele jugar a las cartas y subir al perro para que campe a sus anchas por allí para que se dé cuenta de que eso es lo más próximo a la libertad que va a vivir. Suele orinar y defecar por doquier pero el dueño o dueña dice eso de luego lo recogeré, y allí queda unos días. En las azoteas, de noche, puedes montarte incluso un pequeño botellón y beber a gusto con tus vecinos, que son de tu edad y suelen tener las misma inquietudes que tú: Si me bebo esto... ¿me pasará algo? Mientras, nuestros hermanos mayores ya incluso comienzan a fumar sus primero canutos. Los pequeños, sin embargo, tenemos que quedarnos con algún que otro cigarrillo y oler el humo que nuestros hermanos echan por la boca. Se cena algún bocadillo de tortilla francesa y algunos paquetes de patatas Matutano, de esas que son fantasmas y que todos llamamos pandilla porque parece que nos gusta el idioma luso.
Las azoteas son, en definitiva, un mundo por explotar. Todavía queda mucho por hacer en ellas. Pueden ensuciarse más, y utilizarse más.
Y esto va para los vecinos plastas que siempre tienen que subir a las tres y media de la mañana de un miércoles a cortarnos el rollo porque ellos, dicen, tienen que trabajar. Lo siento mucho, se jode, si su hijo no fuese un asocial subiría con nosotros. Lo sentimos pero no vamos a bajar la música de Camela porque usted nos lo pida: no, no y no.
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